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Como tantos profetas, la música emblemática de Buenos Aires debió esperar su consagración en la capital francesa para ser aceptada por los argentinos de buena cuna. Imágenes y anécdotas de los lugares míticos en los que el tango tuvo su esplendor. Es un lugar común -pero no se puede dejar de repetir- que el tango comenzó a ser aceptado por la burguesía y la oligarquía argentinas únicamente tras su éxito internacional, sobre todo tras el furor que causó a inicios del siglo XX entre los habitantes de París. Tildado hasta entonces de vil reptil de lupanar (la expresión corresponde a Leopoldo Lugones, pero era ampliamente suscripta cuando el tango regresó de Francia cubierto de gloria), la clase pudiente debió escoger entre continuar dándole la espalda o aceptar esa versión atemperada y en esmoquin que volvía de su paso por los elegantes salones franceses. Bien sabido es que sucedió lo segundo y, desde entonces, París se convirtió en el parnaso del tango, e intentar un listado más o menos exhaustivo de todas las letras que mencionan a la ciudad conduciría a alguna clase de fracaso: de Madame Yvonne a Anclao en París o al Siempre París de los hermanos Expósito, hay numerosos ejemplos populares como Canaro en París y otros hoy más olvidados, entre ellos Francesita, Place Pigalle o Noches de Montmartre. La consagración del tango en París tiene, como corresponde, una fecha mítica y emblemática: 2 de octubre de 1928, día del debut de Carlos Gardel en el cabaret Florida. Su amigo y letrista Enrique Cadícamo fue testigo privilegiado y acabó escribiendo un libro entero acerca del asunto. "Las mesas estaban en su totalidad ocupadas", recordó allí. Pero el tango, en realidad, había hecho su aparición en París por lo menos dos décadas atrás. En su libro Le Tango, el francés Remi Hess cuenta que la primera noticia que se tuvo en París de ese ritmo exótico data de 1900, cuando fue proyectado un film mudo con imágenes de baile. "En 1905, el músico uruguayo Enrique Saborido lo bailó, puede que de forma pionera, en los salones Rothschild", informa Hess. Otros historiadores prefieren fijar 1907 como fecha clave. Aquel año, la fanfarria de la Guardia Republicana de París registró una versión de El Sargento Cabral, de Campoamor, que por esa época empezaba a divulgarse junto con El Choclo y La Morocha. También en 1907 la casa Gath & Chaves de Buenos Aires se decidía a emprender la producción de fonogramas, y enviaba a Alfredo Gobbi y a su esposa, la cantante chilena Flora Rodríguez, para que grabasen unos discos en compañía de Angel Villoldo. Los esposos Gobbi permanecieron siete inviernos en París, impartieron cursos de tango y hasta fundaron una casa de edición. Un prestigioso profesor de danzas, de apellido Giraudet, reconoció el tango en 1908 y propuso la definición que sigue: "Suerte de danza americana (...) cuyo ritmo es el 2/4 aunque se divide en dos partes, una caminada y otra valseada". Ya en 1910, Mistinguett, famosa vedette de la bohemia parisiense, bailó un tango en un concurrido music hall. "A partir de 1911, el tango argentino invadió los salones aristocráticos, luego los cabarets y los dancing-clubs más populares", escribe el musicólogo francés Michel Plisson en un reciente estudio, aunque se ocupa de aclarar que, en muchos casos, lo que se bailaba allí no tenía de tango "más que el nombre o a lo sumo la música". "La mitad de París se frota con la otra", bromeaba hacia 1912 el dibujante y cronista Sem, al que no dejaba de llamarle la atención la domesticación a la que era sometido el género. "Uno no puede menos que explotar de risa al enterarse de que todos esos tangos que en Buenos Aires llevan nombres como La Queca o títulos como Mordeme la camisa acaban siendo bautizados en París con títulos simpáticos y dulces como Loulou o Primerose." En una caricatura de 1913, obra del mismo Sem, se ve cómo bailan el tango nueve personajes de la aristocracia parisiense, entre ellos el conde Robert de Montesquiou, un dandy amigo de escritores como Mallarmé, Verlaine o Proust, y amante del argentino Gabriel de Yturri. "No son los argentinos quienes enviaron el tango a París, es París que lo fue a buscar", afirmaba por entonces la prensa. Esto es parcialmente cierto ya que el escritor Ricardo Güiraldes y el compositor López Buchardo contribuyeron sobremanera para que esta música se conociera en Francia. Hasta el punto que el 25 de octubre de 1913 Jean Richepin hizo un elogio del tango ante la severa Académie Française. Tres músicos y un bailarín Enterados sin duda de esta suerte de tangomanía, cuatro argentinos partieron rumbo a la aventura. Tres eran músicos: Celestino Ferrer, Eduardo Monelas y Vicente Loduca. El cuarto, el bailarín Casimiro Aín, continuaría luego rumbo a Nueva York donde trabaría amistad con el aún desconocido Rodolfo Valentino. Recién desembarcados, actuaron en un cabaret denominado Princesse, que quedaba en el número 6 de la rue Fontaine, pleno barrio de Montmartre. No les fue todo lo bien que esperaban: primero Loduca, bandoneonista, se fue a Brasil a trabajar como ilusionista, que era su otra vocación; enseguida, Monelas cayó enfermo, regresó a Buenos Aires y murió en Cosquín. Pizarro y sus hermanos En 1920 el bandoneonista Manuel Pizarro puso a funcionar, en el mismo lugar donde quedaba el Princesse, un cabaret ciento por ciento tanguero: El Garrón. "Al poco tiempo de su arribo, la suerte empezó a sonreírle", cuenta Cadícamo en su libro La historia del tango en París. Un argentino llamado Vicente Madero le presentó al dueño de aquel local. Este, sabiendo que por entonces había unos 4 mil argentinos en la ciudad, lo invitó a trabajar allí y se mostró dispuesto a que el boliche cambiara de nombre. Pizarro debutó ante la presencia del embajador Marcelo T. de Alvear. Existía entonces una ley que limitaba la actuación de músicos extranjeros. Para burlarla, viendo que la reglamentación era más tolerante en lo que concernía a grupos típicos y a artistas de variedades, se resolvió que los músicos se vistiesen con ropas de gaucho e intercalasen recitados o números de baile. Lo mismo haría en 1925 Francisco Canaro. A los pocos meses de haber debutado en El Garrón, Pizarro se encontró tocando La Cumparsita en una velada especial a beneficio del Patronato de la Infancia, en el teatro Opera y ante el presidente Poincaré. Dado el éxito, Pizarro mandó llamar a sus hermanos, también músicos. Muchos locales vecinos empezaban a incluir tangos en el repertorio. "Entonces Pizarro, sin competencia alguna -cuenta Cadícamo- comenzó a formar conjuntos típicos dejando a cada uno de sus hermanos al frente de los mismos: Salvador en el Hermitage de Champs Elysées, Alfredo en el Washington Palace de la rue Magelen, Domingo en el hotel Claridge de Champs Elysées." En mayo de 1924, Pizarro se encontró en París con el joven bandoneonista Eduardo Arolas, al que no veía desde hacía cinco años. El autor de La cachila, El Marne y Derecho viejo tenía apenas 31 años. Era hijo de un matrimonio de inmigrantes franceses, tenía una compañera, Alice, nacida en Francia y siempre había soñado con París. Pizarro lo notó "completamente cambiado", según Cadícamo, pero así y todo le consiguió trabajo en un cabaret de Place Pigalle llamado L´Abbayé. Arolas llegaba tarde o directamente faltaba. Triste y enfermo, el Tigre escogía quedarse bebiendo algo fuerte. A los 6 meses de su llegada a París, debió ser internado en el hospital Bichat. Murió el 29 de septiembre y sus restos están en el cementerio de Saint Antoine. Manuel Pizarro estaba empezando a dar conciertos en la prestigiosa sala Pleyel cuando, en 1925, llegó a París nada menos que Francisco Canaro, uno de los dos creadores de la orquesta típica junto con Roberto Firpo. "Embarqué, en compañía de mi señora, el 10 de marzo de 1925 en el vapor Alsina -contó Canaro en su libro Mis memorias-. Debutamos en el dancing Florida, sito en la Avenue Clichy y perteneciente a la empresa Lombart." El famoso tango Canaro en París fue escrito ese mismo año en Buenos Aires por Juan Caldarella y Alejandro Scarpino, en tributo a aquella gira. "No tenía título todavía -confesó alguna vez Caldarella- cuando me lo sugirió una página del diario Crítica que, abierta en la mesita de luz, dejaba ver a medias el encabezamiento: Canaro hace declaraciones en París sobre el tango." Después de Canaro fue el turno de Carlos Gardel, que pisó París el 10 de septiembre de 1928. Manuel Pizarro supo en el acto que Gardel había llegado y que tenía la ilusión de cantar en el cabaret Florida de la calle Clichy, administrado por su hermano Salvador. Pizarro hizo de intermediario con un empresario llamado Paul Santos y le consiguió la oportunidad. "¿Nervios?", le preguntaron antes del debut. "No -se cuenta que respondió el cantor-. Yo canto igual en París que en Lanús Oeste." Gardel no tardó en adoptar París. Vivió en la calle Spontini, rodó en Francia el film Melodía de Arrabal y hasta llegó a grabar un puñado de tangos y canciones en un francés muy poco afortunado. Gardel, Piazzolla y después Enrique Cadícamo estaba en Barcelona, siguiendo al trío Irusta-Fugazot-Demare en esta ciudad a la que muchos apodan desde entonces la tercera patria del tango, cuando se enteró de que Gardel se disponía a cantar en París. Sin dudarlo, viajó especialmente en wagon-lit para presenciar el hecho. Se alojó en el hotel Radio, recibió la visita impertinente de una joven polaca llamada Erika, se deslumbró con la vida nocturna de Montmartre y con la ciudad entera, y hasta llegó a ver cómo Osvaldo Fresedo tocaba durante tres meses en el renovado El Garrón, con Ernesto Famá como cantor. Por entonces, actuaban también en París, entre otros, Enrique Delfino, Mario Melfi o Julio De Caro. De regreso en Barcelona, alojado en el hotel Oriente y a sabiendas de que Gardel continuaba cantando con éxito en otras ciudades de Francia como Cannes o Niza -en esta última conoció a Chaplin-, Cadícamo recibió del guitarrista Barbieri el pedido de una letra, pidió café doble y coñac, y se puso a escribir "de un tirón, en menos de una hora", el tango que mejor plasma la historia del tango y los argentinos en el París de hace casi ochenta años. "Salí a caminar por la Rambla, me encontré con el actor Arturo García Bur y no pude sustraerme en mostrarle los versos." Había nacido Anclao en París, con ese estribillo que habla de Montmartre, rincón sentimental. Al día siguiente, despachó la letra por correo. "Fue el primer tango escrito por vía aérea", bromearía el autor de Nostalgias, muchas décadas después. El tango en París llegó a tener sus intérpretes locales: los franceses Georges Caumont y Joseph Colombo o incluso el franco-italiano Tani Scala. Llegó a aplicarse como slogan comercial: té-tangó, champán-tangó, etcétera. Y nació, asimismo, lo que muchos aún denominan tango-musette, adaptación europea en la que el acordeón sustituye al bandoneón y en cuyo dominio se destacaron Gus Viseur, Emile Carrara e Yvette Horner. La Segunda Guerra Mundial, sin embargo, marcó la muerte de toda una época. A fines de los años 40, "el tango argentino en París entró en decadencia -dice Plisson-, ya que no pudo reemplazar el público con el cual había envejecido". La llegada de Piazzolla a Francia, en 1954, para estudiar con Nadia Boulanger fue el primer acto de una lenta resurrección que se hizo más notoria a mediados de los 70. Más que un renacimiento fue, puede decirse, un segundo nacimiento. |
Source : http://www.sololiteratura.com/berti/bertiprimertango.htm
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